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Portrush (y alrededores)
Tres noches son dos días enteros en la zona, y eso es menos presión, sobre todo si acostumbrabas a estudiar para el examen, y no antes. Vamos, que esta mañana hemos amanecido como si estuviéramos en casa, desayunado tranquilamente, y la primera actividad outdoor ha sido bajar a los niños al parque. Un parque en primera línea de playa, con mini piscinas y cascadas, y toboganes de 1, 2 y 3 pisos, pero un parque al fin y al cabo.
Después ya nos hemos movilizado más seriamente y hemos ido a Portstewart, principalmente por ver el pedazo de colegio, me’cagontó, al me fue mi santa esposa un trimestre interna cuando era niña. El pueblo es una cosa pequeña y discreta, con un paseo marítimo con sus comercios, y en un extremo un pequeño puerto y en el otro, en lo alto de un risco, ¿qué? El colegio. ¿Qué se ve desde cualquier punto del paseo matítimo? El colegio. ¿Quién tiene acceso privilegiado al sendero que, sobre las rocas donde rompe el mar, comunica Portstewart con una playa kilométrica y después con el siguiente pueblo? El colegio. ¿Quien tiene el perímetro delimitado por un alto muro de piedra que no se acaba nunca (excepto cuando linda con el acantilado, que es bajito para no perjudicar las vistas? El colegio. Y ¿quién tenía hoy, en el mes de agosto, la verja abierta de manera que se pudiera colar alguien a husmear? El colegio. Y ¿quien se ha colado a husmear? Pues eso...
El edificio principal es una especie de castillo sobre el acantilado, que hace las veces de residencia de las religiosas, junto a una iglesia, ambos muy blancos. Y hay otros edificios anexos, más de los 70’s (mi mujer es jovencísima). Y delante una inmensidad verde, y más allá el mar, hoy de un gris plomizo complicado. En mi colegio gris era todo, menos el mar, que no había.
Hemos aprovechado para seguir el camino hacia la playa, al menos un poco, aunque el viento y la lluvia intermitente nos decían “íos ya”, y pronto hemos hecho caso. Así que hemo ido a comer a un sitio local de sándwiches y sopa -ya la costumbre-, y tarta -ya el vicio-. Y de beber, café. ¿Estaremos aclimatándonos demasiado? Varias veces he pensado que, como venimos justo 21 días, que es lo que -dicen- uno tarda en adoptar un hábito (de ahí el nombre del programa de TV), igual nos estamos convirtiendo a algo y ya no tiene vuelta atrás...
Tras la comida, sólo por tocar pared, a la heladería Morelli’s por motivos sentimentales (y de paso probar el helado de ruibarbo; por cierto, este ¿tubérculo? merece una entrada en este blog para él solo).
Y de ahí a casa a dejar a parte de la expedición, que los blogeros nos hemos ido a ver el castillo de Dunluce, una preciosidad en ruinas sobre su propio acantilado. Se conserva, no obstante, una buena parte de algunas secciones, con algunas ventanas tan aparentes que parece se esté esperando la llegada del cristalero para repararlas.
Esta humilde morada tiene el mérito además de haber sido la residencia de no sé quién en Juego de Tronos (como no ha visto la serie no puedo seros de mucha ayuda; aunque creo que en ella la gente sólo muere y tiene sexo - no en ese orden-, y no he visto en el castillo ni un dormitorio, o sea que...). Pero la ubicación y los muros que se mantienen en pie resultan de lo más evocadores, la verdad. E incluso las vistas que ofrece de la costa merecen la pena.
Y de vuelta a casa pasando por Lidl (DO St. Emilion a 12 euros la botella, en un pueblo perdido de Irlanda del Norte; no me preguntéis cómo lo hacen), y resto del día en modo hogareño, con nuestras vistas, claro.
Mañana, leyendas de gigantes, si Dios quiere.
Nos vemos.
Tres noches son dos días enteros en la zona, y eso es menos presión, sobre todo si acostumbrabas a estudiar para el examen, y no antes. Vamos, que esta mañana hemos amanecido como si estuviéramos en casa, desayunado tranquilamente, y la primera actividad outdoor ha sido bajar a los niños al parque. Un parque en primera línea de playa, con mini piscinas y cascadas, y toboganes de 1, 2 y 3 pisos, pero un parque al fin y al cabo.
Después ya nos hemos movilizado más seriamente y hemos ido a Portstewart, principalmente por ver el pedazo de colegio, me’cagontó, al me fue mi santa esposa un trimestre interna cuando era niña. El pueblo es una cosa pequeña y discreta, con un paseo marítimo con sus comercios, y en un extremo un pequeño puerto y en el otro, en lo alto de un risco, ¿qué? El colegio. ¿Qué se ve desde cualquier punto del paseo matítimo? El colegio. ¿Quién tiene acceso privilegiado al sendero que, sobre las rocas donde rompe el mar, comunica Portstewart con una playa kilométrica y después con el siguiente pueblo? El colegio. ¿Quien tiene el perímetro delimitado por un alto muro de piedra que no se acaba nunca (excepto cuando linda con el acantilado, que es bajito para no perjudicar las vistas? El colegio. Y ¿quién tenía hoy, en el mes de agosto, la verja abierta de manera que se pudiera colar alguien a husmear? El colegio. Y ¿quien se ha colado a husmear? Pues eso...
Hemos aprovechado para seguir el camino hacia la playa, al menos un poco, aunque el viento y la lluvia intermitente nos decían “íos ya”, y pronto hemos hecho caso. Así que hemo ido a comer a un sitio local de sándwiches y sopa -ya la costumbre-, y tarta -ya el vicio-. Y de beber, café. ¿Estaremos aclimatándonos demasiado? Varias veces he pensado que, como venimos justo 21 días, que es lo que -dicen- uno tarda en adoptar un hábito (de ahí el nombre del programa de TV), igual nos estamos convirtiendo a algo y ya no tiene vuelta atrás...
Tras la comida, sólo por tocar pared, a la heladería Morelli’s por motivos sentimentales (y de paso probar el helado de ruibarbo; por cierto, este ¿tubérculo? merece una entrada en este blog para él solo).
Y de ahí a casa a dejar a parte de la expedición, que los blogeros nos hemos ido a ver el castillo de Dunluce, una preciosidad en ruinas sobre su propio acantilado. Se conserva, no obstante, una buena parte de algunas secciones, con algunas ventanas tan aparentes que parece se esté esperando la llegada del cristalero para repararlas.
Y de vuelta a casa pasando por Lidl (DO St. Emilion a 12 euros la botella, en un pueblo perdido de Irlanda del Norte; no me preguntéis cómo lo hacen), y resto del día en modo hogareño, con nuestras vistas, claro.
Mañana, leyendas de gigantes, si Dios quiere.
Nos vemos.
Que pasada de sitio. A mi me llevan a ese cole, y no vuelvo mas al de squi...cono se suele decir " no hay color"...
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