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Portrush (y alrededores) II

No hay duda: estamos cansados. Día tras día vamos retrasando la hora en la que somos capaces de movilizarnos, y hoy hemos batido récords. Por eso, durante la mañana sólo hemos tenido tiempo de hacer una visita, y no todos.

Desde el principio del viaje teníamos en ir una destilería, y en Bushmills, un pueblo cercano, está la titular de la licencia para destilar whisky más antigua de Irlanda, de 1608 nada menos. Pero cuando hemos llegado nos han dicho que los menores de ocho años no podían pasar a la zona de fabricación, así que yo me he quedado de carabina con la pequeña, y hemos picado una salchicha en hojaldre calentita, muy de aquí.

Dicen que ha sido un buen tour. Yo no puedo confirmaroslo; tendréis que leerlo en Lola en Irlanda.


De ahí hemos ido a comer a un sitio muy mono, en el mismo pueblo, y en el que se comía bien, pero un poco caro: The French rooms.

Y con media tropa dormida en el coche hemos seguido la marcha, ahora a Portbradden, un pueblecito mínimo, con un puerto aún menor (de hecho, no parece que esté operativo salvo por el uso particular que puedan hacer los residentes de las cuatro casas que allí hay, escondidas. Por su puerta pasa el sendero costero, que desde este punto y en la extensión de la playa que aquí empieza, se vuelve intransitable con marea alta.

Estaban algunos de los vecinos trajinando, manteniendo una lumbre en lo que queda de puerto, bajo una caja de madera, y nos hemos venido arriba convenciéndonos de que estaban ahumando pescado de un modo tradicional. Cinco minutos después hemos podido comprobar que estaban quemando cajas. Adiós al romanticismo antropológico.

Y de vuelta al siglo XXI, pasando por el XX. Ya en Portrush hemos pasado por la feria (diría que permanente, y además cubierta), que suponía un breve viaje en el tiempo.

Recuerdo perfectamente mis viajes a una familia inglesa en verano cuando tenía unos 11 años, en los que conocí los muelles (Pier) de Brighton y Eastbourne, llenos de atracciones y grandes salas de máquinas, incluyendo aquellas “cascadas” de monedas que parece están a punto de desequilibrarse y caer (y por tanto hacerte rico a base de monedas de 2p), y luego nunca ocurre (están pegadas con superglue, las cabritas). O aquellas hurnas de cristal que contenían montones de peluches y otros objetos más apetecibles a ciertas edades, que parecen muy fáciles de coger con esa “garra” que pende del techo de la máquina y accionas con una palanca, hasta que la sitúas sobre el objetivo, y aprietas el botón para que baje y agarre; y nunca baja lo suficiente ni agarra lo bastante, así que te quedas mirando por el metacrilato (results que ni si quiera era cristal) cómo la garra se aleja de la presa. “¿Eso es todo?” Sip.

Todo este rollo, para deciros que la feria de hoy era muuuuy parecida, palabra. Aparte de tener montones de esas máquinas que he descrito, había otra cosa que juraría nunca he visto en España. Todas las máquinas, todas, te dan unos tickets que después puedes canjear por premios; cuanta mejor puntuación alcanzas en la partida que sea, más tickets te dan, saliendo todos en una tira continua; si encadenas varias partidas y no los recoges en cada una, la tira se va haciendo más y más larga. Naturalmente, el retorno de cada ticket es ridículo, y su valor al canjearlos por los premios equivale a ir a comprar un Ferrari con monedas de 1 yen. Pero la ilusión que hace ir acumulando tiras de un papel grueso, rugoso, antiguo... ni un millón de “likes”.

Nuestro Ferrari se ha traducido en una baraja francesa y un chicle (literal, con nuestros 34 tickets). El tío que teníamos al lado, que para contarlos iba intoduciendo la infinita tira continua en una máquina contadora (yo ya no doy crédito) superaba los 500 cuando nos hemos ido; lo malo es que, al cambio, no van a darle mucho más que a nosotros (igual su baraja es española y trae ochos y nueves, que eso quedaba sólo para las buenas).



Pero ha sido muy divertido, había bastantes cosas entretenidas para el rango de edad representado,  ¡y para los niños también!

Luego a casa a reposar. A las 11 apagan la luz.

Nos vemos.

PD: Por cierto, hablando de viaje en el tiempo: ayer nos cruzamos con un Delorean en la carretera. Alucina.

Comentarios

  1. Cuando ves algo que parece que retrocedes en el tiempo, es mejor no seguir indagando y salir pitando al sigueinte destino...jajajaj

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