Leprechauns
Dublín I
Amanecer y no tener que hacer equipajes, ni coger el coche, sólo caer directamente de la cama a Temple Bar, es una ventaja importante en términos de tiempo. Así que desde una hora razonable estábamos pateando, que es de lo que va esto.
Hemos empezado por el Trinity College, pero por no hacer a los niños tragarse más de una hora de visita guiada en Grupo, nos hemos metido a cotillear nada más, perdiéndonos por ello la biblioteca, que lo que realmente nos llamaba la atención. Eniendo que el ambiente que vemos un día de agosto (grupos de turistas siguiendo a un guía, a menudo un estudiante sacándose unos eurillos) que levanta un paraguas cerrado u otro objeto para hacerse visible y que no se le descarríe ninguna oveja) no es el habitual, y que es el parón estival el que causa este circo, porque si no...
Atravesamos el campus para llegar, un par de manzanas más allá, al Dublin victoriano (apenas llegamos a la parte trasera de la universidad desaparece la gente, estamos solos; supone un cierto respiro, la verdad). Pasamos ante la que fue casa de Oscar Wilde durante varias décadas, por los parques Merrion Square y St. Stephen Green, efectivamente vemos las típicas casas de la época; pero les falta algo, pero rematadas; no sé, no es Londres (nada lo es).
Subimos Grafton Street, peatonal y comercial, y con músicos callejeros, por supuesto (en esta ciudad se ambienta la película Once, que recomiendo especialmente por su excelente banda sonora; la pareja de la peli lo eran en la realidad, hasta que los aires de cantautor le nublan a él la mollera y se va todo al carajo, en la realidad, quedándose en un “One hit wonder”).
Ya nos metemos por una estrecha callejuela hasta llegar al Dublin Castle. Husmeamos, pero ahorramos a los niños el tour guiado de 1:30 horas. De hecho, al parecer el interior es más de un palacio que de un castillo, y se usa para recepciones oficiales (parece que se visitan salones, principalmente).
Seguimos caminando hasta Christ Church Cathedral, y nos ahorramos la visita por las iglesias y catedrales que ya llevamos este viaje, y porque nos parece un exceso lo que nos piden, la verdad. Y porque los polluelos empiezan a pedir comer. Esto lo solucionaumos cerca, pero nada destacable.
Por la tarde vamos al museo nacional de los Leprechaun, sobre los que no os puedo contar mucho más que son duendes, bajitos, vestidos de verde y creo que con bastante sentido del humor, pero no estoy seguro porque la pequeña no era considerada apta para la visita (no sé si esto es muy lógico; una criatura de leyenda, mágica, a la que dedican un museo ¿y los niños menores de 7 años se quedan fuera?) y me he solidarizado con ella; nos hemos ido a explorar el barrio. Si queréis saber cómo fue la visita, tendréis que leerlo en Lola en Irlanda.
Tras reagrupar la comitiva hemos seguido caminando y luego hemos ido a descansar, que había que prepararse para la cena que teníamos reservada en The Bull and Castle, un impresionante lugar de carnaza roja irlandesa madurada al menos 28 días y que, estos sí, se puede comer al punto que uno quiera (no sé si os lo había dicho, pero todo el vieja hemos estado comiendo carne excesivamente pasada, al parecer por restricciones legales). Pero estos tíos la hacen extraordinariamente bien (es que a nosotros nos gusta que diga Muuuu; no roja, azul). Eso sí, la cuenta se ha llevado el ahorro del Trinity, del castillo, de la catedral y de toda una vida... No obstante, el sitio es recomendable.
En realidad, el restaurante es la versión “informal” de otro, F.X.Buckley, al que intentamos ir anoche y, aparte de estar completos, nos dijeron que no trabajan con niños (no es que no los cocinen, que tampoco, sino que no es un local adecuado para ellos... y nos recomendaron su segundo, el de hoy. Y ambos son en realidad de unos buenos carniceros con una altísima y antiquísima reputación como tales; no en vano, su cordero con mantequilla es citado por Joyce en su Ulisses (buscad la cita; seguro que se encuentra rápido).
Y de allí andando a casa a bajar la cena, subiéndola los 3 pisos sin ascensor. Mano de santo.
Nos vemos.
Amanecer y no tener que hacer equipajes, ni coger el coche, sólo caer directamente de la cama a Temple Bar, es una ventaja importante en términos de tiempo. Así que desde una hora razonable estábamos pateando, que es de lo que va esto.
Hemos empezado por el Trinity College, pero por no hacer a los niños tragarse más de una hora de visita guiada en Grupo, nos hemos metido a cotillear nada más, perdiéndonos por ello la biblioteca, que lo que realmente nos llamaba la atención. Eniendo que el ambiente que vemos un día de agosto (grupos de turistas siguiendo a un guía, a menudo un estudiante sacándose unos eurillos) que levanta un paraguas cerrado u otro objeto para hacerse visible y que no se le descarríe ninguna oveja) no es el habitual, y que es el parón estival el que causa este circo, porque si no...
Atravesamos el campus para llegar, un par de manzanas más allá, al Dublin victoriano (apenas llegamos a la parte trasera de la universidad desaparece la gente, estamos solos; supone un cierto respiro, la verdad). Pasamos ante la que fue casa de Oscar Wilde durante varias décadas, por los parques Merrion Square y St. Stephen Green, efectivamente vemos las típicas casas de la época; pero les falta algo, pero rematadas; no sé, no es Londres (nada lo es).
Subimos Grafton Street, peatonal y comercial, y con músicos callejeros, por supuesto (en esta ciudad se ambienta la película Once, que recomiendo especialmente por su excelente banda sonora; la pareja de la peli lo eran en la realidad, hasta que los aires de cantautor le nublan a él la mollera y se va todo al carajo, en la realidad, quedándose en un “One hit wonder”).
Ya nos metemos por una estrecha callejuela hasta llegar al Dublin Castle. Husmeamos, pero ahorramos a los niños el tour guiado de 1:30 horas. De hecho, al parecer el interior es más de un palacio que de un castillo, y se usa para recepciones oficiales (parece que se visitan salones, principalmente).
Seguimos caminando hasta Christ Church Cathedral, y nos ahorramos la visita por las iglesias y catedrales que ya llevamos este viaje, y porque nos parece un exceso lo que nos piden, la verdad. Y porque los polluelos empiezan a pedir comer. Esto lo solucionaumos cerca, pero nada destacable.
Por la tarde vamos al museo nacional de los Leprechaun, sobre los que no os puedo contar mucho más que son duendes, bajitos, vestidos de verde y creo que con bastante sentido del humor, pero no estoy seguro porque la pequeña no era considerada apta para la visita (no sé si esto es muy lógico; una criatura de leyenda, mágica, a la que dedican un museo ¿y los niños menores de 7 años se quedan fuera?) y me he solidarizado con ella; nos hemos ido a explorar el barrio. Si queréis saber cómo fue la visita, tendréis que leerlo en Lola en Irlanda.
En realidad, el restaurante es la versión “informal” de otro, F.X.Buckley, al que intentamos ir anoche y, aparte de estar completos, nos dijeron que no trabajan con niños (no es que no los cocinen, que tampoco, sino que no es un local adecuado para ellos... y nos recomendaron su segundo, el de hoy. Y ambos son en realidad de unos buenos carniceros con una altísima y antiquísima reputación como tales; no en vano, su cordero con mantequilla es citado por Joyce en su Ulisses (buscad la cita; seguro que se encuentra rápido).
Y de allí andando a casa a bajar la cena, subiéndola los 3 pisos sin ascensor. Mano de santo.
Nos vemos.
Qué cracks!!!
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