Tercer acto

Portrush - Dublín

Hoy hemos llegado a Dublín. Es el tercer acto de esta representación, y como tal, todo es diferente. Incluso los personajes, siendo los mismos, han cambiado.

Por la mañana tocaba una nueva sesión de montaje de equipajes, primero en las bolsas y maletas, luego en el coche. Hay que reconocer que hemos sido organizados y eficientes, porque esta capacidad de movilización con 3 niños, ya la hubiera querido la intendencia aliada. Sin requerir mucho tiempo estábamos on the road again, tras haber explicado con cuidado al casero la importancia de anclar a la pared las estanterías de Ikea que tienen en el apartamento, para evitar que se les rompa el único jarrón, de los cuatro que tenían a nuestra llegada,  que ha sobrevivido al paso del huracán Lola (el chichón, debidamente exhibido, nos ha librado de, encima, pagarlos).

¿Qué deciros de un viaje que ha transcurrido en un 80% por autopista? Pellizcándome iba yo. Y aún así no termino de comprender por qué incluso con autopista se tardan 2 horas en hacer 100 kilómetros. ¿Estará todo en milllas? Buen intento; ya lo tenía comprobado. No es eso.

Hemos parado a comer a apenas 50 kilómetros de destino, en Slane, un pueblo mínimo con unas bonitas casas de piedra; y lo hemos hecho en plan sándwiches (con un pan muy bueno y generosamente rellenos) y tarta.

Y aterrizaje en Dublín, en pleno Temple, tercer piso sin ascensor, olé. Y había que subir hasta el último paquete de Kleenex, que me llevaba el coche de alquiler de vuelta al aeropuerto, a devolverlo. Por cierto, una maravilla: un Toyota RAV4 híbrido que ha sido muy cómodo, amplio, ágil cuando hacía falta. Un gusto, la verdad. Lo echaremos de menos. Y un paso más que nos dice que el viaje se acerca a su final.

La vuelta dese el aeropuerto, en un bus de línea de dos pisos muy pintoresco, pero con un calor y un aroma, que menos mal que esta gestión la he hecho solo.

Y tras una ducha, a caminar un poco por Temple: qué ambiente, sábado de agosto, Dios mío. Yo que huí a las afueras desde Sol. No se veía la acera. Qué de gente caminando en todas direcciones. Y qué de bares y restaurantes, qué ambiente. ¡Qué falta nos hace una baby sitter!


La cena, en un sitio de pescado buenísimo (sólo se han columpiado con el lenguado a la brasa, que lo dejan seco). Y la vuelta, pasada por agua, cómo no. Y eso que durante el viaje hemos visto claramente cómo no hay en Irlanda tiempo tan malo como el que hemos tenido en Portrush (que mira que ha sido malo), que al poner rumbo sur enseguida mejora sustancialmente.

Ahora dos días de este tercer acto, urbanita y animado.

Nos vemos.


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