Matrioskas

Madrid-Dublin-Cahir

Hay días que a su vez contienen varios días. Este ha sido uno de ellos.

Hoy ha sido ese día en que suena la despertador antes de que pongan las calles, y al abrir el primer ojo compruebas que el mundo alrededor no es el de siempre: en este, tus pertenencias están empaquetadas y hay un silencio superior al habitual. Carrera al aeropuerto y yincana hasta que te abrochas el cinturón. Fin del primer acto. En el nuestro, todo ha ido bastante bien para ser primero de agosto, la verdad.

Hoy también ha sido ese día en el que pasas una par de horas sentado con los niños alrededor razonablemente entretenidos a las espera de algo (recomiendan no desembarcar sin haber aterrizado antes). Esta parte, incluyendo la recogida de equipajes, que han llegado a la cinta antes que nosotros (ha tenido que ser un pliegue de las dimensiones espacio-tiempo porque, al igual que el eclipse del coronel en el patio de la cuartel, es algo que rara vez se ve), también se ha dado muy favorablemente.

Pero hoy también tenía que ser el día en que la compañía del coche de alquiler, después de darte un coche estupendo, apenas con el rodaje hecho, y hasta más grande del contratado, la pifia con la silla para niños dándote una cutrez desmedida e inaprovechable. Tras lustros de intentos desistimos y vamos a que nos la cambien, lo que al personal le resulta tan indiferente como que les cantemos Asturias patria querida, así que repetimos bricolaje con otra silla que, esta vez sí, queda como es debido, pero a costa de unos cuantos desvelos y dejar la agenda del día aparentemente medio comprometida. Luego tampoco resultó ser así.

También ha sido el día en que, tras parar a comer unos sándwiches calientes (deliciosos) y unas porciones de tarta de limón, chocolate y, alucina, ruibarbo (brutal, templada), al volver al coche lo encontramos a lo lejos no el portón trasero abierto apuntándose al cielo, en medio de la plaza tal cual lo habíamos dejado (juraría que cerrado). La carrera hasta comprobar que, efectivamente , el contenido seguía íntegro, ni Ben Johnson dopado. El coche, de esta guisa. Está claro que Irlanda es una país donde nadie toca lo que no es suyo (la primera mochila que se ve contenía cámara de fotos, ordenador, documentación...).



Pero la propia comida ya formaba parte del último día dentro del primer día de viaje, que es el de la nueva rutina blogera: hito, hito, hito, hito, desfallecimiento. Mientras escribo estas líneas ninguno de mis cuatro acompañantes mantiene el más mínimo nivel de conciencia, todos encamados hasta mañana. Y es que han pagado caro el madrugón y lo que ha venido después.

Primera parada en la Abadía de la Santa Cruz, una preciosidad de mil años, con más de un lifting, eso sí, donde además hemos tenido el primer encuentro con un bus de tour organizado, este parecía de Oriente Medio (han cambiado los mercados emisores en estos años). Pero para nosotros, por no ser Grupo, la entrada era gratuita, y la visita válida para una primera toma de contacto. Lo mejor, lo que queda del claustro y la curiosidad de que 3/4 de la nave de la Iglesia tienen el suelo inclinado hacia el altar, a modo de grada: no lo había visto antes. Dentro, algún recuerdo para aquellos que nos preocupan hoy.

Y de ahí a la Rock of Cashel (o de St. Patricio). Unos cuantos años también, pero sin tanto lifting. De hecho, son más bien unas ruinas, pero imponentes, por la majestuosidad de sus muros sin cubierta, situación que parece otorgarles casi más mérito, como si siguieran en pie por pundonor y para honrar a las secciones de la Iglesia que cayeron hace siglos, e imponentes también por su ubicación, dominando la llanura a su alrededor desde su promontorio.


La entrada también gratuita, no sabemos por qué, porque estaba no las tarifas en la puerta y no decían eso, pero para qué insistir. El cementerio y los prados de alrededor han servido para desfogar a los menores del Grupo, que falta les hacía. Esos 5 minutos, ¡qué felices hemos sido! Por cierto, allí he encontrado un Ewok.


Y la cena, en el propio hotel donde pasamos sólo esta noche, que es sencillo, pero la comida del pub, fantástica. Todo un acierto. Al quinto día, dentro del primer día. Por cierto, la gente un encanto. Gracias a todos ellos, especialmente a los que pasaron por delante de nuestro maletero abierto como un desayuno buffet y no han probado bocado. Va por vosotros.

Nos vemos.



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