Sol de tarde
Adare - Spanish Point
Siempre da pena dejar un B&B como el de anoche, en el que el señor, tal vez incluso exagerando un poco, ha salido al coche a despedirse de los niños como si fueran sus nietos, pero es lo que tocaba. Y como había que hacer algunos kilómetros, pues del tirón hasta Kilrush (eso sí, esta vez una buena parte por autovía, que os puedo asegurar que sienta como un abrigo uña noche de helada, tras tanto tiempo orillando el coche para ceder paso al que se aproxima por el carril contrario...).
El primer objetivo de Kilrush (aparte del fallido mercado de granjeros, que hemos buscado como un espejismo hasta dárnos cuenta de que sólo es los jueves, y hoy no es jueves), ha sido acercarse a la orilla de la bahía de Shanon a buscar los consabidos delfines. Pero hoy el tiempo acompañaba regular tirando a “te estoy vacilando”, lo que significa que si nos bajábamos del coche empezaba a llover, y en horizontal, y si volvíamos al coche paraba. Eso sí, el viento no cesaba ni dentro del coche. Y nosotros, solitarios en la carretera que sigue la costa jugando al escondite con la meteorología, y temiendo pasar así todo el día (veréis que luego mejora, y mucho).
Finalmente ha sido Lola quien, asegura, ha visto dos delfines en la lejanía; no hay pruebas.
Luego nos hemos acercado al Vandeleud Walled Garden, un curioso jardín con infinidad de variedades de flores y plantas, un laberinto (todo un éxito infantil) y algunas avispas (razonablemente respetuosas). Y en la ruta de acceso, un frondoso bosque que tiene al algo de mágico...
Y había que decidir: camino del hotel para “echar la tarde” en corto radio, o aventurarse a sumar kilómetros por carreteras de las de pedir la vez, para llegar al final de la punta del extremo del límite de la tierra con el ancho mar (para nada; total, sólo por ir a verlo...). Pues, evidentemte, lo segundo. Y allí hemos ido.
Loop Head representa el tipo de lugar donde tiene que estar un faro (y lo está). El extremo de un cabo, una fina manga de tierra desde la que ves el mar a ambos lados, donde por vegetación sólo queda la turba porque el intenso y persistente viento no consiente otra cosa, y en el que somos recibidos, contra todo pronóstico, por un hermoso sol que nos ha acompañado ya todo el día, y se ha agradecido mucho. El faro puede ser visitado, y lo hemos hecho, así como los espectaculares acantilados, desde los que están adivina la “espalda” de los afamados acantilados de Moher.
Hay quien dice, no obstante, que estos de Loop Head pueden ser más impresionantes y dramáticos que los de Moher, ya que estos últimos pecan de exceso de turistas y muros disuasorios para los propensos al vacío, digamos. Os lo diré cuando mañana vayamos; ahora no puedo comparar, pero los de hoy han valido la pena.
Estos lares no cuentan con una oferta culinaria muy amplia; más bien, hay dos sitios en 25 kilómetros. A la ida hemos parado en uno de ellos para tantear, y habiendo pasado el corte, ahora a la vuelta hemos parado, y ha sido memorable. Primero, por la mesa en la terraza pegada a la bahía, con solecito; segundo por la maravillosa comida, especialmente una crema de pescado de morir, y la salsa que acompañaba a unas pinzas de cangrejo de la bahía. Pero todo bueno, y como en cada uno de los sitios, encantadores. De verdad que el servicio en cualquier local de comidas, del tipo y precio que sea, se merece un diez.
Y como aquí los parques infantiles son de escándalo, y el único en 30 kilómetros estaba a vista de pájaro de nuestra mesa (y, para el tema, estos son unos pájaros, ha sido esta una gripe que pasar antes de seguir viaje). Pero es que verles felices... nos hace llegar más tarde.
Carretera hacia la ubicación de nuestro hotel, con alguna parada mínima para cotillear las vistas de la costa. Hoy dormimos en un lugar llamado Spanish Point, nombre adoptado por un motivo tan poco festivo como que un barco de la Armada Invencible (con bandera portuguesa, en realidad) fue hundido frente a la costa y los supervivientes fueron ejecutados en este mismo punto. Como véis, muy lúdico todo, en un sitio que, ahora sí, es básicamente en vacaciones, con su club de golf bajo el mismo nombre. Por cierto, que a escasos metros hay un pitch & putt en un lugar de lo más normalito, y casi sin viento.
Y, más por ciertos, hoy hemos pasado por la puerta de un campo de Trump. Que discreta y sencilla la entrada... No puedo decir más.
Cena en el propio hotel, con una lubina digna de mención, y un wifi en el vestíbulo también mencionable, pero por cutre (en la sociedad habitaciones ni hay). Pero, ¿dónde hemos acabado? A los niños les faltaba el aire, eran como pececillos convulsionando en el fregadero vacío... Pobres... de nosotros.
Nos vemos.
Siempre da pena dejar un B&B como el de anoche, en el que el señor, tal vez incluso exagerando un poco, ha salido al coche a despedirse de los niños como si fueran sus nietos, pero es lo que tocaba. Y como había que hacer algunos kilómetros, pues del tirón hasta Kilrush (eso sí, esta vez una buena parte por autovía, que os puedo asegurar que sienta como un abrigo uña noche de helada, tras tanto tiempo orillando el coche para ceder paso al que se aproxima por el carril contrario...).
El primer objetivo de Kilrush (aparte del fallido mercado de granjeros, que hemos buscado como un espejismo hasta dárnos cuenta de que sólo es los jueves, y hoy no es jueves), ha sido acercarse a la orilla de la bahía de Shanon a buscar los consabidos delfines. Pero hoy el tiempo acompañaba regular tirando a “te estoy vacilando”, lo que significa que si nos bajábamos del coche empezaba a llover, y en horizontal, y si volvíamos al coche paraba. Eso sí, el viento no cesaba ni dentro del coche. Y nosotros, solitarios en la carretera que sigue la costa jugando al escondite con la meteorología, y temiendo pasar así todo el día (veréis que luego mejora, y mucho).
Finalmente ha sido Lola quien, asegura, ha visto dos delfines en la lejanía; no hay pruebas.
Luego nos hemos acercado al Vandeleud Walled Garden, un curioso jardín con infinidad de variedades de flores y plantas, un laberinto (todo un éxito infantil) y algunas avispas (razonablemente respetuosas). Y en la ruta de acceso, un frondoso bosque que tiene al algo de mágico...
Y había que decidir: camino del hotel para “echar la tarde” en corto radio, o aventurarse a sumar kilómetros por carreteras de las de pedir la vez, para llegar al final de la punta del extremo del límite de la tierra con el ancho mar (para nada; total, sólo por ir a verlo...). Pues, evidentemte, lo segundo. Y allí hemos ido.
Loop Head representa el tipo de lugar donde tiene que estar un faro (y lo está). El extremo de un cabo, una fina manga de tierra desde la que ves el mar a ambos lados, donde por vegetación sólo queda la turba porque el intenso y persistente viento no consiente otra cosa, y en el que somos recibidos, contra todo pronóstico, por un hermoso sol que nos ha acompañado ya todo el día, y se ha agradecido mucho. El faro puede ser visitado, y lo hemos hecho, así como los espectaculares acantilados, desde los que están adivina la “espalda” de los afamados acantilados de Moher.
Hay quien dice, no obstante, que estos de Loop Head pueden ser más impresionantes y dramáticos que los de Moher, ya que estos últimos pecan de exceso de turistas y muros disuasorios para los propensos al vacío, digamos. Os lo diré cuando mañana vayamos; ahora no puedo comparar, pero los de hoy han valido la pena.
Estos lares no cuentan con una oferta culinaria muy amplia; más bien, hay dos sitios en 25 kilómetros. A la ida hemos parado en uno de ellos para tantear, y habiendo pasado el corte, ahora a la vuelta hemos parado, y ha sido memorable. Primero, por la mesa en la terraza pegada a la bahía, con solecito; segundo por la maravillosa comida, especialmente una crema de pescado de morir, y la salsa que acompañaba a unas pinzas de cangrejo de la bahía. Pero todo bueno, y como en cada uno de los sitios, encantadores. De verdad que el servicio en cualquier local de comidas, del tipo y precio que sea, se merece un diez.
Y como aquí los parques infantiles son de escándalo, y el único en 30 kilómetros estaba a vista de pájaro de nuestra mesa (y, para el tema, estos son unos pájaros, ha sido esta una gripe que pasar antes de seguir viaje). Pero es que verles felices... nos hace llegar más tarde.
Carretera hacia la ubicación de nuestro hotel, con alguna parada mínima para cotillear las vistas de la costa. Hoy dormimos en un lugar llamado Spanish Point, nombre adoptado por un motivo tan poco festivo como que un barco de la Armada Invencible (con bandera portuguesa, en realidad) fue hundido frente a la costa y los supervivientes fueron ejecutados en este mismo punto. Como véis, muy lúdico todo, en un sitio que, ahora sí, es básicamente en vacaciones, con su club de golf bajo el mismo nombre. Por cierto, que a escasos metros hay un pitch & putt en un lugar de lo más normalito, y casi sin viento.
Cena en el propio hotel, con una lubina digna de mención, y un wifi en el vestíbulo también mencionable, pero por cutre (en la sociedad habitaciones ni hay). Pero, ¿dónde hemos acabado? A los niños les faltaba el aire, eran como pececillos convulsionando en el fregadero vacío... Pobres... de nosotros.
Nos vemos.
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