Una fama merecida

Spanish Point - The Burren - Moher Cliffs - Spanish Point

Hoy iba a ser un día tranquilo, con eso de repetir noche... pero uno se va liando...

Decidimos ir primero al objetivo más distante, el Burren, una región inhóspita, de roca entre la que sólo se asoma una escasa vegetación de reducida estatura. Las formas de la roca conforman un paisaje casi lunar por momentos. Y la parte más impresionante se da cuando las capas de roca llegan al mar, y dibujan una costa impresionante. Es cierto que por algún motivo habíamos imaginado una región de estas características mucho más amplia (como quien se adentra en el desierto de Atacama), pero sigue siendo imponente, tanto la visión de grandes vetas de roca que se extienden por kilómetros, como la percepción del detalle cuando te acercas, y unas zonas tienen más aristas, y otras están más redondeadas, probablemente porque un glaciar siguió su lento avance sobre ella hace miles de años.




Y, donde hemos parado más tiempo, un dolmen de 5.000 años, pero quien repara en eso...

La vuelta por la carretera de la costa ha sido especialmente impresionante; un trazado junto a la orilla  de roca embestida con violencia por un mar de un azul intenso, bajo un (thanks God!) tenaz sol, que se las apañado para ir expulsando a las nubes que encapotaban el cielo a media mañana y en algún momento incluso han descargado con fuerza. Pero el sol ha desmentido el pronóstico, y eso, por mucho que haya que venir mentalizado, cambia el día.


Hemos comido en el pueblo más cercano a los acantilados de Moher, que era el plato fuerte del día y, como sabéis, corría el riesgo de decepcionarnos por la gente y por el muro. A eso llegamos en breve.

La comida, ligera a base de sándwiches, pero buena, y unas tartas de escándalo, otra vez.

Y por fin, Moher. Es cierto que hay gente; y es cierto que hay un muro. Pero siendo verdad, no molestan ni una ni otro. La organización es buena, y los espacios amplios.  Uno es capaz de asumir que un lugar así no está solo para la propia contemplación el único día en la vida en que le da por venir. Y en cuanto al muro, es una maravilla: en realidad son placas de roca situadas de forma discreta pero efectiva, y yendo con niños es otro mundo, mucho mejor que la protección de estacas y alambre de otros sitios. Respecto a si son mejores o peores que los de Loop Head, desde luego son descomunales, en alto y ancho...


En el centro de visitantes hemos visto una proyección que te transportaba al vuelo de una gaviota del acantilado, yendo arriba y abajo, e incluso haciendo un picado contra la superficie marina para pescar, y con ello la transición a la vida subacuática de Moher. A los niños les ha encantado.

Y luego recorrer (sin virtualidad) parte de los acantilados, haciendo mil fotos, todo el mundo, a todos. Y un viento, todo el tiempo, que se llevaba un yunque. No digo una niña de 14 kilos. Pero, en general, merece la pena. También se puede tomar un barco en Dolin para ver la puesta de sol desde el mar, pero no nos hemos atrevido a liarla tan parda con la comitiva que llevamos. Tal vez la próxima.


Y antes de ir al hotel a descansar, que estamos muertos, pequeño detalle logístico: el depósito en números rojos (oscuro). Menos mal que ha querido el destino que fuera resoluble con un breve desvío...

Y la cena en nuestro hotel, un asado de cordero bastante digno, lo más destacable.

Nos vemos.


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